Una de las áreas que puede sufrir un mayor impacto psicológico en la mujer con cáncer de mama, es la dimensión de la autoimagen. Los efectos de la cirugía y de los tratamientos, sobre todo aquellos que poseen efectos visibles como la extirpación de la mama y la caída del cabello, entre otros, pueden mermar la imagen que cada mujer posee de sí misma, y por ende, generar secuelas negativas sobre su autoestima. Este detrimento no sólo afecta la relación de la mujer consigo misma, sino también con los demás, pudiendo surgir sentimientos de minusvalía, soledad, vergüenza, conductas de aislamiento, de rechazo hacia el contacto social y sexual, entre otros.

En el cáncer de mama, a diferencia de otros tipos de cáncer, cobra especial relevancia el tema de la autoimagen debido a las connotaciones psicosociales que esta enfermedad conlleva para la mujer, ya que la mama puede llegar a tener una importancia crucial en la identidad femenina. Además, las mamas se relacionan fuertemente en nuestra cultura, con el ámbito de la sexualidad y el atractivo físico, siendo un elemento valorado y apreciado por su contenido sexual.

Entonces, debemos considerar a la mama como un órgano con una representación cultural, psicológica, sexual y afectiva muy compleja. Y, debido a ello, comprender que el diagnóstico, tratamiento y secuelas de este tipo de cáncer van a ser percibidos y “vividos” por la paciente de una manera singularmente delicada. Por ejemplo, la alteración de la simetría corporal puede ser vivenciada por algunas pacientes como una deformidad o bien, una pequeña cicatriz podría llegar a tener una interpretación psicológica de tal magnitud que muchas veces será incomprendida por su entorno social y afectivo, e incluso por el equipo médico que la trata.

Por otro lado, la pérdida del cabello, es otro de los efectos más temidos y que más impacto emocional genera en las mujeres en tratamiento por cáncer de mama. Esto ocurre, porque de alguna manera, la imagen de una persona sin cabello es “el rostro del cáncer” y vuelve pública la enfermedad, aún a pesar de que muchas mujeres preferirían tenerla en reserva.

En consecuencia, ocurre que para estas pacientes, el hecho de sentir que su cuerpo ha cambiado, que ya no es el mismo de antes o incluso que no les pertenece, puede interferir frecuentemente con la continuidad o el establecimiento de relaciones interpersonales.

Y con todo esto… ¿Qué puedo hacer para verme y sentirme mejor?

Consideramos fundamental que las pacientes cuenten con un apoyo especializado que les facilite el tránsito por estas experiencias en un contexto de contención y soporte emocional, a través del cual puedan transformar las experiencias vividas en una instancia de crecimiento y aprendizaje.
Conjuntamente, las pacientes se podrán ver beneficiadas con el aprendizaje de técnicas que les permitan buscar nuevas formas de mejorar la apariencia, de manera tal que puedan recobrar la feminidad que sienten perdida y la seguridad de sí mismas.

Todas estas medidas van a favorecer la recuperación paulatina de la autoestima, el incremento de la seguridad personal y una mejoría en la relación que la paciente establece consigo misma y con los otros, devolviéndoles la capacidad de entablar relaciones interpersonales sin sentir vergüenza.

Asimismo, el hecho de que ellas puedan ocuparse de sí mismas les permitirá volver a empoderarse y con ello, lograr adoptar una posición más activa en relación al tratamiento y los cuidados propios de la enfermedad. Finalmente, se apela a la capacidad y a los recursos que poseen estas mujeres para poder enfrentar su enfermedad desde una mirada más optimista, activa y esperanzadora.